jueves, 29 de julio de 2010

caminatas bajo la lluvia, bajo el sol de invierno.

Extraño un poco esos montes anaranjados del atardecer, sentir que todo es tan estático y adorable, me gustaba caminar por ahí acompañada de la leve brisa de la tierra, la leve brisa del suspiro de las alturas llenas de aridez, nunca me ha gustado mucho la aridez de la tierra ni la sequedad de los pueblos, pero aquellas pequeñas calles sin sonido y con espíritu zigzaguean en mis ojos, en mis piernas y hasta en mi espalda, haciéndome sentir hermosa.
Aún soy del viento, aún siento que este cuerpo vuela y necesita horizontes apasionantes, horizontes nunca antes vividos, la libertad de no saber nada, de no conocer la tierra, de sentir que por primera vez el aire que respiro es ajeno a todo la atmósfera de vidas pasadas, y que mis pasos lleguen hasta el fin del mundo, y que un día arriba de alguno de los montes anaranjadas pueda respirar profundamente y mirar el valle de los sueños, y de las estrellas, y del agua pura que recorre la vida de lo inesperado.
Quiero vida, espero vida, estoy sedienta de una mochila, un poco de equipaje y caminar sin parar, caminar hacia la puerta de salida de este lugar y abrir otras buscando las gotas de la lluvia de anteayer.

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