lunes, 29 de septiembre de 2008


Alguien golpeó mi puerta tan desesperadamente que mi mente desorbitada se activó rápidamente, como ese aire terrenal de los cerros tempestuosos. Tuve que abrir los ojos, pero mis párpados no se abrían, no cedían a ningún movimiento, al igual que mis brazos, mis manos, mis piernas y cada centímetro de mi, incomodidades subnormales, un peso implícito y miserable en mi pecho no dejaba que me moviera. Presa de mi. Yacía mi cuerpo en una cama con soledad, con preocupación, con horrores y lágrimas de cenizas. Deseé tanto poder moverme que tristemente mis manos se aferraron a los fierros de mis ventanas, era como sentirse hecho de arena, de algún material palpable pero débil al tacto, débil al aire, aún mis párpados se negaban a ser abiertos, estiré mi frente al máximo para poder solo entreabrir mis ojos, y ahí estaba... ahí estaba el mar, mas gris que mis ojos con las luces desenfrenadas de la oscuridad.
Jamás fui inquieta, jamás necesité moverme tanto.

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