martes, 22 de marzo de 2011

Destino: Estacion del viento.

Las piernas me llevaban hacia el destino elegido desde hace mas o menos media hora, sin pensar de que se trataría el cuadro que se retrataba solo seguí la fuerza de mi andar. Desesperados pasos dirigidos por la vida que vuela y azota mis mejillas con su fuerza, su rabia. Me es inevitable no sentirme en el cielo, mirando el mar con luciérnagas que creen ser hogares y árboles que juegan a ser el oleaje de las playas de la costa central, los ruidos de las hojas me hacen pensar en cómo en ese momento se sentirían mis pies en la arena húmeda y escapando de la marea que de la luna se enamora.

Más y más pasos adornan la acera de una avenida solitaria, oscura, pero llena de esa singular energía que hace temblar mis manos, agudizar mi oído y refrescar mis labios. Recojo los bagajes del destino, del pasado, del futuro, derramados en el cemento, como si fueran reemplazables, celebrables. Si alguna vez mis pies se despegaran de la tierra y el cielo se volviera agua y las estrellas peces sería como nadar arriba del mar, y que finalmente ese ruido mágico naciente de las raíces de la tierra podría funcionar como una ola furiosa que asota los parajes de poetas y pintores que creen recorrer la cara más auténtica de la ciudad abandonada que todos llevamos incrustada en la piel... en los pies.

El aire que entró por mis pulmones. El frío que no sentí. Los compases que revolotearon dentro de mi frente. El viento... el viento que llevó las hojas y las hojas que crujieron, crujen y crujirán, por muchos pasos que dejen su huella, por muchas brisas que las arrastren.